martes, 12 de enero de 2010

17- Un día en Hong Kong

Hoy arrancamos motores a las 6.30 de la mañana. Por las calles de Guangzhou temperatura agradable, la ciudad despierta envuelta aun en una sabana de niebla.

Tras dos horas de trayecto, de nuevo una macro frontera. 10 o 15 colas de centenares de personas, y cuando por fin llega mi turno, la cara del policía me indica que algo pasa. Se acerca un superior y me explica que me he pasado de un día la fecha límite del visado. Por esta vez, basta con firmar el aviso pero a la siguiente me juego la tarjeta roja. Mi error, considerar que los 30 días de permiso equivalían a un mes, pero diciembre tenía 31!

Un par de cabezadas más y el autobús ya está recorriendo las ruidosas avenidas de la península de Kowloon. La península se incorporo a la ciudad en 1860, durante la segunda guerra del opio. Por su extremo sur, en el barrio de Tsim Sha Tsui, se encuentra el mejor mirador de la ciudad. En primer plano el embarcadero del ferry que une constantemente isla con península. Al otro lado de la bahía, la isla de Hong Kong con su imponente y sobrecargado skyline. Tras las torres futuristas, una serie de verdes montanas empinadas acaban de adornar el panorama.

De nuevo las fotos de rigor, mientras pienso en cómo ha cambiado mi percepción de la ciudad con respecto a la primera vez que vine. Hong Kong era entonces la primera ciudad asiática que visitaba, sin más referencias, y representaba sobre todo la modernidad y el desarrollo asiáticos. Sin embargo, tras pasar por Haerbin, Pekín y Guangzhou, Hong Kong podría compararse con....Andorra? Cada milímetro cuadrado de espacio esta aprovechado al máximo para un fin comercial. La ciudad respira un constante flujo de dinero y al caminar los billetes se caen de los bolsillos. El Hong Kong Dollar tiene un valor algo inferior al del yuan chino, pero los precios duplican y triplican a los del país vecino. Pero como solo es un día, lo planteo como una visita a un parque temático, me subo al ferry y me preparo para el abordaje.

La isla es aun más estrecha que la península, (10 x 5 km) y ello se refleja en las construcciones puesto que la ciudad crece hacia arriba, y en las infraestructuras. Muchas avenidas no tienen aceras, los peatones circulan por una serie de galerías elevadas a unas 4 plantas por encima del nivel de la ciudad. El complicado circuito de pasillos demuestra que aquí, la distancia más corta entre dos puntos no es ni mucho menos la recta, sino una curva con visita obligatoria por un par de centros comerciales. Por ellos circula una proporción notable de occidentales no turistas y de hongkongueses, en su mayoría vestidos por las mejores marcas de moda y perfumados de las fragancias mas embriagadoras.

Al cruzarme con un tranvía negro, no me lo pienso dos veces y me subo a la segunda planta. Se dirige hacia el este de la isla, por avenidas llenas de gente, carteles publicitarios y comercios, un autentico paraíso del consumo. Cuando empiezo a aburrirme, me bajo y regreso a pie. Los vehículos circulan a gran velocidad por las calles que están libres de peatones, le temps c'est de l'argent...

Y como viajero camaleónico que soy, opto por regresar en metro hacia Kowloon, para gastar mis HKdolares en el mercado de noche de Temple Street. A la hora de negociar izo la bandera española hasta lo más alto del mástil, para poder regatear desde una posición más ventajosa. La cosa suele funcionar y por poco dinero me compro una pequeña brújula y una riñonera donde guardar el pasaporte y las tarjetas.

La caída del sol me recuerda que mi bus de vuelta es dentro de 35 minutos y que aun tengo que recorrer a pie dos paradas de metro y localizar la oficina de la china travel. Pero mis planes no contemplaban la opción de que hubiera dos oficinas. Por supuesto -gracias Murphy- me dirigí a la que no era en primer lugar, lo que me sirvió para despedir la ciudad con un maratónico jogging urbano, en el que peatones y vehículos se empeñaban en hacerme perder mi transporte. Finalmente, tras subir a dos autobuses de rumbo desconocido, encuentro el bueno a pocos segundos de arrancar, y respiro de nuevo mientras me despido de los rascacielos.

Ya tengo lo que quería, mi visado chino renovado para otros 30 días. De recuerdo me quedo con la agradable sensación de la salida del sol y el poder pasear por primera vez en meses en camiseta de manga corta, todo un lujo después de los últimos -17 grados de Pekín.

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