domingo, 24 de enero de 2010

18- Yangshuo, el final de la escapada



4'45 de la mañana, nadie por las calles, el bus nocturno me suelta en la desértica estación de autobuses para seguir su camino hasta la ciudad de Guilin. Aún entre sueño y vigilia, observo que un comité de recepción espera sigilosamente la llegada del bus, para dar una calurosa bienvenida a los viajeros, y asegurarse que no les falte de nada.

Entre dicho comité, un tal Bob me dice ser el manager de uno de los dos hostales internacionales de la ciudad y después de leer los comentarios favorables en mi guía, le sigo y me alquilo una habitación. Tardare unas 24 horas en darme cuenta que el hotel era falso (aunque tuviera el sello oficial de Hostelling Internacional) y de que estaba situado en una zona algo dudosa de la ciudad. Una calle repleta de peluquerías y de hoteles chinos. En cada local, un gran equipo de peluqueras, que charlan pacientemente bajo los neones rosas hasta las horas más recónditas de la madrugada. En los demás hoteles chinos no entro, pero estoy seguro de que las habitaciones pueden alquilarse por porciones de tiempo muy flexibles.

Aprovechando la singularidad de su paisaje, la ciudad se ha convertido en uno de los focos turísticos del sur de China. Por sus calles, una oferta interminable de restaurantes, cafés, tiendas de souvenirs y lugares de ocio. Incluso en temporada baja, una masa considerable de turistas mayoritariamente chinos, pasean, sin rumbo fijo, por Xijie Lu, la calle peatonal principal.

Ya me he cambiado de residencia, ahora alquilo una habitación doble en un hotel mucho más acogedor y céntrico, con un compañero francés. Por el día, alquilamos un par de motos y nos perdemos por los campos, Cualquier camino pasa por paisajes bellos, montanas puntiagudas, campos de arroz, o poblados auténticos. En el campo, la gente es extremadamente amable y nos saluda siempre con una gran sonrisa.

Por las tardes, soy profesor voluntario de inglés en la Xijie School. A cambio, puedo recibir alojamiento y comida gratis, pero por una semana no es necesario. En el aula, una veintena de alumnos procedentes de todas partes del país, dando lo mejor de sí mismos, empeñados en aprender lo antes posible. Saben que por esta ciudad hay muchos extranjeros y que por tanto existen muchas opciones de practicar y progresar más rápidamente. Así que por las mañanas asisten a clases de gramática, y si lo desean pueden también asistir por la tarde a la clase de conversación.

Por la noche, nos encontramos con Lital, nuestra nueva amiga israelí. Juntos hemos inventado un nuevo pasatiempo, se llama "abordaje de karaokes locales". Un karaoke chino se alquila por habitaciones y por horas. Una vez el cuarto alquilado, el grupo de clientes tiene a su entera disposición, el karaoke y los micros así como la bebida. Se sientan cómodamente en el sofá y pasan la noche cantando, jugando a los dados, charlando, comiendo fruta o bebiendo. Junto con Lital, nos basta con acudir a la hora propicia, abrir cualquier puerta y saludar con una gran sonrisa. Entonces nos invitan a pasar y nos sentamos tímidamente hasta que nos proponen cantar una canción, ahí empieza la fiesta. Si un grupo se marcha, se busca otra habitación y se repite la misma maniobra, Ellos están encantados con acogernos y nosotros correspondemos en medida de lo posible, invitándoles a bebida o cantando de nuestra mejor voz.

Hasta que llegan las 5 de la mañana de la noche del viernes y decido cancelar mi viaje por las zonas de Yunnan y este de Birmania para regresar a Pekín. Tengo tiempo para apuntarme a una academia, sacarme un visado de estudiante y aprender chino durante todo el invierno. Dicho y hecho, en 30 minutos, he comprado mi billete a la capital y estoy haciendo mi mochila, ¡siempre habrá tiempo para volver!

martes, 12 de enero de 2010

17- Un día en Hong Kong

Hoy arrancamos motores a las 6.30 de la mañana. Por las calles de Guangzhou temperatura agradable, la ciudad despierta envuelta aun en una sabana de niebla.

Tras dos horas de trayecto, de nuevo una macro frontera. 10 o 15 colas de centenares de personas, y cuando por fin llega mi turno, la cara del policía me indica que algo pasa. Se acerca un superior y me explica que me he pasado de un día la fecha límite del visado. Por esta vez, basta con firmar el aviso pero a la siguiente me juego la tarjeta roja. Mi error, considerar que los 30 días de permiso equivalían a un mes, pero diciembre tenía 31!

Un par de cabezadas más y el autobús ya está recorriendo las ruidosas avenidas de la península de Kowloon. La península se incorporo a la ciudad en 1860, durante la segunda guerra del opio. Por su extremo sur, en el barrio de Tsim Sha Tsui, se encuentra el mejor mirador de la ciudad. En primer plano el embarcadero del ferry que une constantemente isla con península. Al otro lado de la bahía, la isla de Hong Kong con su imponente y sobrecargado skyline. Tras las torres futuristas, una serie de verdes montanas empinadas acaban de adornar el panorama.

De nuevo las fotos de rigor, mientras pienso en cómo ha cambiado mi percepción de la ciudad con respecto a la primera vez que vine. Hong Kong era entonces la primera ciudad asiática que visitaba, sin más referencias, y representaba sobre todo la modernidad y el desarrollo asiáticos. Sin embargo, tras pasar por Haerbin, Pekín y Guangzhou, Hong Kong podría compararse con....Andorra? Cada milímetro cuadrado de espacio esta aprovechado al máximo para un fin comercial. La ciudad respira un constante flujo de dinero y al caminar los billetes se caen de los bolsillos. El Hong Kong Dollar tiene un valor algo inferior al del yuan chino, pero los precios duplican y triplican a los del país vecino. Pero como solo es un día, lo planteo como una visita a un parque temático, me subo al ferry y me preparo para el abordaje.

La isla es aun más estrecha que la península, (10 x 5 km) y ello se refleja en las construcciones puesto que la ciudad crece hacia arriba, y en las infraestructuras. Muchas avenidas no tienen aceras, los peatones circulan por una serie de galerías elevadas a unas 4 plantas por encima del nivel de la ciudad. El complicado circuito de pasillos demuestra que aquí, la distancia más corta entre dos puntos no es ni mucho menos la recta, sino una curva con visita obligatoria por un par de centros comerciales. Por ellos circula una proporción notable de occidentales no turistas y de hongkongueses, en su mayoría vestidos por las mejores marcas de moda y perfumados de las fragancias mas embriagadoras.

Al cruzarme con un tranvía negro, no me lo pienso dos veces y me subo a la segunda planta. Se dirige hacia el este de la isla, por avenidas llenas de gente, carteles publicitarios y comercios, un autentico paraíso del consumo. Cuando empiezo a aburrirme, me bajo y regreso a pie. Los vehículos circulan a gran velocidad por las calles que están libres de peatones, le temps c'est de l'argent...

Y como viajero camaleónico que soy, opto por regresar en metro hacia Kowloon, para gastar mis HKdolares en el mercado de noche de Temple Street. A la hora de negociar izo la bandera española hasta lo más alto del mástil, para poder regatear desde una posición más ventajosa. La cosa suele funcionar y por poco dinero me compro una pequeña brújula y una riñonera donde guardar el pasaporte y las tarjetas.

La caída del sol me recuerda que mi bus de vuelta es dentro de 35 minutos y que aun tengo que recorrer a pie dos paradas de metro y localizar la oficina de la china travel. Pero mis planes no contemplaban la opción de que hubiera dos oficinas. Por supuesto -gracias Murphy- me dirigí a la que no era en primer lugar, lo que me sirvió para despedir la ciudad con un maratónico jogging urbano, en el que peatones y vehículos se empeñaban en hacerme perder mi transporte. Finalmente, tras subir a dos autobuses de rumbo desconocido, encuentro el bueno a pocos segundos de arrancar, y respiro de nuevo mientras me despido de los rascacielos.

Ya tengo lo que quería, mi visado chino renovado para otros 30 días. De recuerdo me quedo con la agradable sensación de la salida del sol y el poder pasear por primera vez en meses en camiseta de manga corta, todo un lujo después de los últimos -17 grados de Pekín.

16-Guangzhou y el Cantón


Se acercaba el fin de mi primer mes de visado y por tanto la hora de salir del país. Así que por poco más de 50 euros un vuelo interno me acerca a Guangzhou, la capital de la provincia del Cantón, situada a tiro de piedra de Hong Kong, territorio aun internacional.

Ubicada en la costa sur del país, la ciudad goza de unas agradables inviernos a unos 17-20 grados, unos treinta de diferencia con la intensa nevada de Pekín. Al llegar, ya me he quitado las medias bajo los pantalones y uno de mis polares. Por las calles voy pegando saltos de alegría y me he saltado el invierno.
Con sus más de 6 millones de habitantes, la ciudad de los 5 genios ofrece una apariencia muy moderna y menos artificial que sus vecinas Hong Kong y Macao. Históricamente, estuvo también involucrada en el comercio del opio. La antigua concesión franco-británica de la isla de Shamian, con sus edificios coloniales lo atestigua. Hoy en día su importante localización geográfica hace de ella un importante centro de exportación y la han convertido en una ciudad dinámica y muy animada.

Cruzamos el ferry desde hacia el centro para echar un vistazo al mercado de marisco. A la venta, los grandes clásicas y además toda una desconocida fauna marina, desde los invertebrados más exóticos hasta los reptiles más feroces, todos seguramente deliciosos. La mayoría de los mercaderes ocupados en sus tareas de carga y descarga, pelando gusanos, abriendo ostras, degollando dragones de komodo o jugando animadas partidas de cartas. El ritmo de su día a día es frenético y el lugar parece no descansar ni por la noche.

Para cambiar de barrio me veo obligado a cruzar un largo puente. En la ciudad predomina el gusto por el modelo urbano del escalestric -tan popular en el Madrid de hace unas décadas-. Dos o tres niveles de carreteras sobre las amplias avenidas. Sobre el puente, una mujer indígena corta con una sierra las uñas de una pata de tigre. Mezcla simbólica de lo urbano y lo rural.

Al otro lado, un autentico barrio cantones, de lo más parecido a Vietnam. Un montón de callejuelas estrechas con gente vendiendo productos indescriptibles a caballo entre la alimentación y el uso terapéutico. Bicicletas cargadas de paquetes, mini restaurantes cutres y pequeños comercios. Los dueños, más acostumbrados a la vida de calle que en el norte, pasan el día en su tumbona repasando facturas, comiendo fideos, tomando té o charlando con sus vecinos. Arriba, tras las estrechas casas de dos plantas se construyen sin piedad dos gigantescos rascacielos, a los que seguirán otros dos y probablemente varios mas...

Tras callejear un poco, me encuentro con Xia Jiu Lu, una calle peatonal repleta de comercios y restaurantes. En un puesto, un hombre prepara brochetas de escarabajos asados. Al percatarse de mi curiosidad, me ofrece un escorpión. Acabo de comer unos fideos, pero por una vez en la vida... La textura recuerda a la de la gamba asada pero sin la carne, de sabor no está nada mal. El hombre me ofrece ahora una tarántula, pero por hoy es suficiente así que me despido y escapo.

La tarde termina en el parque Yuexiu, un gigantesco pulmón en una zona céntrica de la ciudad. Personas de todas las edades, especialmente los mayores vienen a ejercitarse diariamente en sus colinas. Grupos de personas realizan series de movimientos de Taichi, juegan a la indiana, al pingpong o al básquet al son de la relajante flauta del hilo musical.

Por las noches elijo cenar en un pequeño puesto situado en una calle cercana al hostal. Se asan todo tipo de brochetas, verduras asadas y además conchas, ostras y mejillones a la plancha, todos a 0.2 euros/pieza.

Hasta que llega la hora de partir hacia las montanas del norte del Guanxi. Mi bus nocturno sale a las 19.30, las camas del interior son algo estrechas, pero se consigue dormir pese al balanceo del vehículo...